El Gran Teatre del Liceu se prepara para recibir este jueves a Café Quijano, el icónico trío leonés que ha marcado generaciones enteras con su mezcla única de pop, bolero y folclore latinoamericano. Óscar Quijano, el mediano de los hermanos, nos recibe con la cercanía que tanto les caracteriza, para una conversación que pronto deja de ser entrevista y se convierte en una charla llena de anécdotas, reflexiones y, sobre todo, mucho amor por la música.
Muchísimos años encima del escenario… ¿cómo se lleva eso?
Pues con mucho gusto y placer, pero también con sorpresa. Porque cuando empezamos, ni de lejos nos imaginábamos todo esto. Vivíamos el día a día, sin pensar en cuánto iba a durar. Y ahora, cuando miras atrás, dices: “¿Cómo ha sido posible tanto tiempo?”. Lo cierto es que estamos encantados. Convertimos una de nuestras aficiones en nuestro medio de vida. Y seguimos disfrutando muchísimo haciendo música.
¿Recuerdas cómo fueron esos inicios? ¿Fueron fáciles?
No fueron difíciles, en el sentido de que, sin saberlo, nos habíamos estado preparando toda la vida para esto. Aunque te parezca increíble, nunca habíamos tocado juntos los tres hermanos hasta que un día dijimos: “¿Y si montamos un grupo?”. Así nació Café Quijano. Mandamos siete maquetas a diferentes discográficas y las siete nos contestaron interesadas. Fue una sorpresa enorme. Éramos tres chicos relativamente jóvenes, de una ciudad fría como León, con una propuesta musical distinta.
A muchos padres les da vértigo que sus hijos quieran ser artistas. ¿Cómo fue la reacción en vuestra casa?
Somos cuatro hermanos. Los tres mayores nos dedicamos a la música, y el cuarto es pintor. Es cierto que da vértigo. Incluso para mi padre, que era el germen de todo esto. Cuando le dijimos que queríamos formar un grupo, nos apoyó, pero también nos avisó: “Es una profesión muy difícil, con muchos sinsabores”. Y tenía razón. Es un camino incierto. Pero nos animó a seguir con los pies en la tierra. Nuestra madre también nos apoyó, aunque con algo de preocupación, como es natural.
¿Cuál ha sido el mayor desafío como grupo?
Aguantarnos entre nosotros (risas). Al final, somos hermanos, y trabajar juntos no es fácil. Pero desde el principio supimos que esto era una empresa. Cada uno tiene su rol y su responsabilidad. Nos lo tomamos en serio. Y aquí seguimos, más de 25 años después.
¿Aún sientes nervios antes de subirte al escenario?
No. Somos tres, lo que ya reparte la responsabilidad. Manolo está en el centro, y eso le añade un poco más. Pero no, no hay miedo. Mi padre siempre decía: “A papel ensayado, no hay mal músico”. Y ensayamos mucho. Cuando sabes lo que haces, disfrutas. Y nosotros disfrutamos muchísimo. Desde el primer acorde ya nos sentimos en casa.
Actualmente, la música evoluciona a una velocidad vertiginosa. ¿Cómo os adaptáis?
El mundo ha cambiado. Cuando empezamos no existía internet, ni redes sociales, ni smartphones. Hoy, en un segundo, puedes escuchar lo que está sonando en Australia o en cualquier lugar del mundo. Hay una oferta inmensa, y eso exige excelencia. Si no haces algo auténtico y bien hecho, no destacas. Pero seguimos conectando con el público. A nuestros conciertos vienen desde niños de 9 años hasta personas de 90. Y eso es un regalo.
Este jueves os esperamos en el Liceu. ¿Qué concierto vais a ofrecer?
Será un concierto “in crescendo”. Empezamos con una parte muy íntima: boleros que hemos grabado en los tres volúmenes que dedicamos al género. Solo con requinto, guitarra, contrabajo, percusión y un chelo. Luego nos cambiamos tres veces de ropa en el concierto… ¡más que Taylor Swift! y arrancamos con el pop rock. Durará unas dos horas y media, y la gente siempre nos dice: “¿Ya ha acabado?”. Porque el final es apoteósico.
¿Tienes una canción favorita?
Es difícil. Por trascendencia, diría “La Lola”. Pero tengo un amigo en Brasil que se apellida Mujeriego y siempre me acuerdo de él al cantar “Desde Brasil”, que al público le encanta. También está “La taberna del Buda”. Hay muchas. “Solo te puedo decir” es divina. Y “Robarle tiempo al tiempo” nos la mencionan muchísimo, hasta como canción de bodas.
Te brillan los ojos cuando hablas de la música. Es como si cambiaras por completo.
Es que la música es eso. Cuando te gusta lo que haces, se nota. Y si el público lo siente, se crea una conexión mágica. Nosotros lo vivimos como una fiesta. Ensayando ya lo disfrutamos. Así que imagínate cuando hay gente cantando con nosotros. Es una dicha.